Cuando una conducta pecaminosa tiene su origen en un deseo carnal, en lugar de un ataque demoniaco, la solución es “morir al yo”. Sí podemos “crucificar” la carne y llevarla a la sujeción a Cristo. Esto demandará una muerte diaria al “yo”, pero es posible ejercer dominio sobre los deseos pecaminosos.
La carne es corrupta en sí misma, pero también atrae demonios, así como un cadáver atrae a los buitres. Mucha gente permite que la naturaleza pecaminosa se entronice en su vida, de manera que vive exclusiva o principalmente para satisfacer sus deseos carnales. Ese estilo de vida produce pecado, complacencia y una ansiosa búsqueda de los placeres mundanos, los cuales son temporales y llevan a la muerte. Por el contrario, cuando alguien persigue la vida del Espíritu, con todo su corazón, experimenta paz y gozo; no solo en la tierra sino también en la eternidad.
El remedio para la carne escrucificarla, pero la cura para los demonios es echarlos fuera.