Hay aquí, en Lo que mira Damián, una historia (varias) entre Francia y México, entre Barcelonnette, París y el todavía Distrito Federal, donde accede quien lee a dimensiones multifocales gracias a una cultura personal del autor que interviene con potencia para dar solidez y presencia casi fantástica a la encrucijada de Damián, personaje medular. Topamos con una montaña rusa que se modula en una escritura muy refinada y precisa que— para hablar del ritmo— de un instante de sopor— el carrito del juego mecánico sube la cuesta— rápido se restablece con un período de lujo literario donde lo lúdico transgrede a gritos orgásmicos los decálogos racionales. De esta gesta erótica, el lenguaje no sale virgen. Hay una desfloración descriptiva, semántica, que garantiza la libertad del que lee y del que escribe y hay igualmente un dechado de palabras precisas, de frases memorables, de reflexiones hondas de envergadura filosófica que el protagonista de esta novela a varias voces va y suelta porque tal vez no sabe decir que no a lo que la vida le plantea, porque, contingente, Damián (este historiador, escritor, homosexual, francés y mexicano, extranjero y natural) es el trasunto de cualquier ser humano que piensa con el ojo de la luz y no puede parar de hacerlo, porque no conoce el oriente o porque ha perdido el norte quizás, porque lo está buscando o porque grita ¡eureka! justificadamente y de ello en estas páginas el autor da cuenta.
Álvaro Granados