Además, es un secreto a voces que cuando las transacciones entre la casa, la profesión y el trabajo se volvían impracticables, Sara se inventaba un viaje cortito. Hacía las valijas, despedía a sus hijos, cargaba la máquina y partía hacia algún cuarto de hotel o un departamento prestado desde el que los llamaba por teléfono antes de dormir. Un viaje inventado, como excusa para conectarse con la escritura en silencio, a solas, para enfrentarse consigo mismo y combatir los propios demonios.