Espiaron cada uno de sus movimientos hasta obtener la seguridad absoluta de que era él. Se hacía llamar Danilo Silva y vivía en una modesta casa de una ciudad pequeña de Brasil. Pesaba mucho menos e incluso su cara era levemente distinta, gracias a la intervención de un cirujano. Al parecer, vivía solo. Es decir, nada que ver con aquel abogado de Biloxi llamado Patrick Lanigan que, cuatro años antes, había desaparecido con noventa millones de dólares dejando atrás a su hermosa familia.