El desgraciado “yo” familiar es como un zapato de plomo que nos sobrecarga. Sin embargo, no tenemos, en realidad por qué vivir así. Podríamos tener un sentimiento de celebración y arrogancia positiva. No se trata de que abandonemos una parte de nosotros y cultivemos la otra, sino, sencillamente, de poder mirar nuestra Joe-Schmidt-ez, la yo-idez, con apertura. Cuando lo hacemos, hay lugar para enamorarse de uno mismo, en el sentido positivo. Te empieza a gustar Joe Schmidt, y, en ese momento, el otro desgraciado Joe empieza a retirarse progresivamente. No es que tu personalidad haya cambiado especialmente, sino que el aspecto positivo de ti mismo se ha expandido. Podemos ver nuestro mundo como un mundo grande y vernos a nosotros mismos abiertos y enormes. Podemos ver nuestro mundo como sagrado, que es la clave para reunir el Sol y la Luna.