No era a esto a lo que veníamos

A veces se le ocurre que se está volviendo loca, o al menos, que está haciendo cosas de loca, pero en su interior siente cómo un montón de pedazos diseminados se acercan, cómo empiezan a encajar, a limar sus aristas.

O tal vez podría decirle algo a él. La idea se deshace mientras se me ocurre, como si estuviera hecha de arena. No me interesa el enfrentamiento. La capacidad para el conflicto es, imagino, un mal arte que hay practicar y aprender a dominar.

Es difícil elegir: aún no me veo como ninguna de esas madres. Solo soy la portadora de un cigoto, de la célula resultante de la unión de un gameto masculino y otro femenino.

Es el nexo de unión entre muchos de nuestros conocidos, la argamasa de amistades que de otro modo se disolverían. Poco a poco va construyendo una comunidad de la que él es el centro. Es un alcalde voluntario, entusiasta, que no precisa de sueldo por sus servicios: la aprobación ajena es alimento suficiente.

Es lo que pasa con las cosas cuando una las mira demasiado. Todo acaba resultando vulgar.

A mí también me gustaría realizar mi propio sacrificio, pero es difícil elegir a qué debería una prenderle fuego. No sé si ha de ser solo una cosa o si pueden ser varias, si acaso puede ser prácticamente todo. Desconozco si el exceso es una virtud o un vicio en lo que se refiere a la renuncia.

Me siento tentada de preguntárselo, pero resultaría fuera de lugar. Últimamente solo cruzamos comentarios intrascendentes, frases cuyo único objetivo es comprobar que el otro sigue vivo. Preguntar quieres más mostaza es nuestro equivalente a zarandearnos los hombros o tomarnos el pulso

Tal vez por ser bella, o tal vez por otra cosa, los hombres de su vida se le han pegado como sanguijuelas, han echado raíces en ella hasta asegurarla con firmeza al suelo que comparten.

contagia una mirada perpleja y recelosa hacia la normalidad

La invasión de los ultracuerpos