Así como los cuerpos celestes avanzan hasta alinearse uno detrás de otro con milimétrica exactitud, hilos invisibles movieron mi cuerpo y el de mi perra y los colocaron en el lugar que ocupan en esa fotografía, con la crueldad de lo que está condenado a no durar: los vasos que dejamos caer en el piso de la cocina, la concha del caracol bajo la suela de un zapato, los rompecabezas incompletos, los capullos.