¿Y cómo podía no sentirme enajenada hasta el olvido del presente, hasta el olvido de la realidad, cuando ante mí, en cada libro que leía, se concretaban las leyes de un mismo destino, el mismo espíritu de aventura que reina en la vida del hombre que proviene de la ley fundamental de la vida humana y constituye la condición de su salvación y su felicidad?