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Francois Mauriac

Thérèse Desqueyroux

«Vivir, pero como un cadáver entre las manos de los que la aborrecen. Intentar no ver más allá».
Thérèse Desqueyroux, acusada de haber intentado envenenar a su marido, Bernard, ha sido absuelta. Todo el mundo está convencido de que es culpable, pero, para evitar el escándalo y la mancha que supondría para el buen nombre de la familia Desqueyroux, se decide enterrar el caso. ¿Pero quién es Thérèse, esa mujer menuda que sale cabizbaja del juzgado, observada con temor, conmoción y vergüenza por los circunstantes? ¿Qué secretos esconde? ¿Por qué se casó con Bernard? ¿Lo quiso matar? ¿Por qué?
Inspirada en un caso real, Thérèse Desqueyroux (1927) es la obra maestra de François Mauriac, Premio Nobel de Literatura de 1952. Su inquietante y turbadora protagonista, una mujer incomprendida, sola, atrapada en las convenciones provincianas y las ambiciones de los hombres, ha fascinado a generaciones de lectores.
«Mauriac penetra en el drama de la vida humana con intensidad artística y una profunda visión espiritual». Academia Sueca
136 Druckseiten
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Bookwire
Ursprüngliche Veröffentlichung
2024
Jahr der Veröffentlichung
2024
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Zitate

  • Dianela Villicaña Denahat Zitat gemachtvor 4 Tagen
    La voz de Thérèse se elevó:
    —No hubo víctima.
    —He querido decir: víctima de su imprudencia, señora.
  • Dianela Villicaña Denahat Zitat gemachtvor 4 Tagen
    El éxito de público y crítica de El desierto del amor (1925), así como el Gran Premio de Novela que le otorga la Academia Francesa en 1926 afianza, a sus cuarenta años de edad, la labor literaria de Mauriac, en la que pocos de sus allegados confiaban —«algunos miembros de mi familia empezaron a creer que entraba dentro de lo posible el que yo llegase a hacer lo que se llama una buena carrera» (OC, v. I, pág. ١٢)—.
  • Emanuel Bravo Gutiérrezhat Zitat gemachtvor 6 Monaten
    hablaba y hablaba para no tener que intentar oír nada, casi siempre anécdotas siniestras de los aparceros que cuidaba, a los que velaba con una lúcida devoción: viejos abocados a morir de hambre, condenados al trabajo hasta la muerte, enfermos abandonados, mujeres esclavizadas por extenuantes tareas. Con una especie de alegría, tía Clara citaba en su dialecto inocente sus palabras más atroces. En realidad, solo me quería a mí, que ni siquiera la veía ponerse de rodillas, desatarme los zapatos, quitarme las medias, calentarme los pies con sus viejas manos»

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