El cambio de régimen de la historicidad que se produjo durante la segunda mitad del siglo XX estuvo marcado por la forclusión del futuro, la desaparición de los proyectos colectivos y el repliegue en un presente anquilosado, marcado por la tiranía de la memoria y la obsesión del pasado. Un tiempo desorientado ha sustituido a un tiempo lineal, imparable.