En sus peores momentos, Marie Levesque miraba a Hazel como si fuera una hija monstruosa, una maldición de los dioses, el origen de todos sus problemas. Por ese motivo la historia del Minotauro incomodaba a Hazel: no era solo la asquerosa idea de la unión de Pasífae y el toro, sino la idea de que un hijo, cualquier hijo, pudiera considerarse un monstruo, un castigo para sus padres,