La idea la saqué del árbol de plantas de mi familia, el sitio en el que apuntábamos las cosas que no queríamos olvidar. La página comienza con la imagen de la persona, una foto si la encontramos o, si no, un boceto o un dibujo de Peeta. Después, con la mejor caligrafía de la que soy capaz, anoto todos los detalles que sería un crimen no recordar: Lady lamiendo la mejilla de Prim; la risa de mi padre; el padre de Peeta con las galletas; el color de los ojos de Finnick; lo que Cinna podía hacer con un trozo de seda; Boggs reprogramando el holo; Rue de puntillas, con los brazos ligeramente extendidos, como un pájaro a punto de volar. Etcétera, etcétera. Sellamos las hojas con agua salada y prometemos vivir bien para hacer que sus muertes no hayan sido en vano. Haymitch por fin se une a nosotros y contribuye con veintitrés años de tributos a los que se vio obligado a ayudar como mentor. Cada vez añadimos menos cosas: un antiguo recuerdo que aparece de repente, una prímula conservada entre las hojas, y pequeños trocitos de felicidad, como la foto del hijo recién nacido de Finnick y Annie.