Tres ensayos darwinistas

“Qué bueno sería —escribió alguna vez Darwin— que los científicos se murieran al cumplir los sesenta años, porque pasada esa edad de seguro se opondrán a las nuevas ideas”.

Gracias a ellos, se creó la nueva síntesis, una corriente intelectual vigorosa y de enorme rigor que no tardó en volverse hegemónica. Como si fuera el Cid Campeador, Darwin volvió a ganar batallas después de muerto.

The Growth of Biological Thought

gémulas, unas partículas hipotéticas pequeñísimas que podían crecer, reproducirse y agregarse.

lo que Mendel en realidad pretendía demostrar con sus experimentos era que los híbridos estables podían dar origen a especies nuevas

Uno de los problemas que angustiaba a Darwin mientras escribía su libro era el de la herencia. ¿Por qué nos parecemos (a veces) a nuestros padres? ¿Por qué heredamos en la mano derecha el lunar de la bisabuela, las orejas de un tío materno o la calvicie prematura del papá

Emma Martin y los de Robert Chambers. El primero era un folleto incendiario titulado Conversation on the Being of God, en donde se afirmaba, entre otras cosas, que la evolución de los organismos era un fenómeno natural que no requería de la intervención divina.

Acabo de terminar el borrador de mi teoría sobre [el origen de] las especies. Si, como creo, mi teoría es aceptada andando el tiempo por quienes están capacitados para juzgarla, entonces creo que será considerada como un avance importante para la ciencia

esto es equivalente a confesar un asesinato […]. Creo que he descubierto (¡y mire usted qué presuntuosidad la mía!) la naturaleza de los mecanismos que permiten que las especies se adapten en forma tan exquisita a distintas condiciones.

A pesar de que al principio mis opiniones eran contrarias a las de ahora, estoy convencido casi por completo de que las especies no son inmutables.