Un mejor pacto

“Porque reprendiéndolos dice:
He aquí vienen días, dice el Señor,
en que estableceré con la casa de Israel
y la casa de Judá un nuevo pacto;
no como el pacto que hice con sus padres
el día que los tomé de la mano
para sacarlos de la tierra de Egipto;
porque ellos no permanecieron en mi pacto,
y yo me desentendí de ellos, dice el Señor
Por lo cual, este es el pacto que haré
con la casa de Israel
después de aquellos días, dice el Señor:
Pondré mis leyes en la mente de ellos,
y sobre su corazón las escribiré;
y seré a ellos por Dios,
y ellos me serán a mí por pueblo;
y ninguno enseñará a su prójimo,
ni ninguno a su hermano, diciendo:
Conoce al Señor;
porque todos me conocerán,
desde el menor hasta el mayor de ellos
Porque seré propicio a sus injusticias,
y nunca más me acordaré
de sus pecados y de sus iniquidades

sangre” (Lucas 22:20) Por consiguiente, la sangre del Señor fue derramada por una parte para remisión de los pecados, en el sentido negativo de hacer desaparecer todo cuanto es dañino para nosotros, y por otra, para inaugurar el Nuevo Pacto, el cual, hablando en sentido positivo, nos devuelve toda la herencia perdida y nos añade cosas nuevas. Es decir, que la sangre del Señor sirve tanto para la expiación como para la restauración

Por el derramamiento de la sangre de Cristo tenemos ahora la remisión de pecados (Hebreos 9:22; Mateo 26:28; Efesios 1:7). El conocimiento de esta realidad es algo realmente glorioso Todos los que son sensibles a lo vergonzoso y aborrecible que es el pecado, sienten agradecimiento ¡Cuánto le agradecemos a Dios que la sangre del Señor Jesús no se haya limitado a resolver los problemas del pecado y de la muerte,