Durante cuarenta de los ochenta años de vida que tenía River en el momento en que Angelito Labruna dejó el club por última vez (1981) todos los títulos logrados por el Millonario lo tuvieron como protagonista: nueve como jugador y seis como entrenador. Siempre instaló su casa a pocas cuadras del estadio de River: de Alvear y Tagle, primero, y luego del Monumental. Labruna fue el primer futbolista en ser agasajado con un partido homenaje. Labruna, a pesar de ser insider izquierdo y no el centrofoward clásico (el 10 de esa época), fue el que más goles convirtió en la historia de River, y aún se discute si está uno arriba o uno abajo de Arsenio Erico, el máximo goleador del fútbol argentino. Labruna sigue siendo el máximo artillero del superclásico. Labruna jugó 21 años seguidos en la Primera de River (por algo Juvenal lo bautizó “el Eterno”). Aunque cracks del semillero riverplatense como Moreno, Pedernera, Pipo Rossi y Di Stéfano cruzaron la vereda para jugar o ser entrenadores en Boca, Labruna siempre le fue fiel a River. Labruna disputó un Mundial con 39 años, en una época en la que los jugadores se retiraban a los 30. Diego Lucero, pluma legendaria del periodismo rioplatense, escribió: «Mientras Labruna pueda caminar, River seguirá al tope”. Ya no camina Labruna, pero su legado en River es eterno.