Chéri

Aún era la gran Léa. «Semejante mujer no acaba en los brazos de un viejo. ¡Semejante mujer, que ha tenido la suerte de no ensuciarse jamás las manos, ni la boca, con un vejestorio…! Sí, aquí la tienes, la “vampira” que no quiere sino carne fresca…»

Chéri, que no tenía sentido del humor, topó con la broma como una hormiga con un pedazo de carbón. Detuvo su paseo amenazador y no encontró otra respuesta

De haber sido la más elegante, habría hecho de ti un hombre, en vez de pensar únicamente en el placer de tu cuerpo y en el mío. La mejor… No, no, no lo era, Chéri, porque te quería sólo para mí. Y ahora es demasiado tarde…

Quiero que, cuando sientas que estás a punto de asustar a la cervatilla que te han confiado, te contengas, y que aprendas por tu cuenta todo lo que yo no he sabido enseñarte

No te he hablado nunca del futuro. Perdóname, Chéri: te he amado como si cada día fuera el último

Ella te ama: ahora le toca a ella estremecerse y sufrir, pero como una enamorada en lugar de como una madre descarriada. Dirígete a ella como un marido en lugar de como un gigoló caprichoso… Ve, ve, date prisa…

Una mujer vieja y jadeante repitió, en el espejo alargado, el mismo gesto, y Léa se preguntó qué podía tener ella en común con aquella loca

Comprobó agradecido que en pocos minutos Léa se había peinado, maquillado delicadamente y perfumado con una fragancia familiar. El alegre timbre de su preciosa voz llenó la habitación y trajo consigo el aroma a pan tostado y cacao. Chéri se sentó frente a las dos tazas humeantes y recibió de manos de Léa una rebanada de pan abundantemente untada de mantequilla. Buscaba algo que decir, pero Léa no lo sospechaba, pues en general lo había conocido

Está aquí, conmigo—se dijo Léa. Y una seguridad ciega la embargó—. ¡Y lo estará siempre

Los temas desagradables hay que tratarlos cuanto antes