Antes de que los brazos se terminen de convertir en patas, abres la urna y arrojas los huesos de Choclo a la selva. Tu hijo ha regresado también a casa, junto a ti. Ladras ya sin palabras para siempre, sin rostro ni nombre, ya sin historia. De vuelta hacia tu verdadero hogar, donde el jíbaro te espera, dispuesto a montarte.