Un año de servicio a la habitación

Piensas en la expresión sin medida, en un amor o deseo sin límites que decide esconder pequeños recordatorios para que los encuentres al otro lado del mar.

una promesa que quieres cumplir: aquí sigo, aquí sigo, aquí, aquí, sigo aquí, sigo, sigo, sigo, sigo, sigo. Y dejas todo atrás.

Estás aquí, otra vez en el umbral de la puerta, a punto de irte, tomar un avión, cruzar el mar sin saber cuándo volverás, pero has cambiado, no eres la que llegó, pero tampoco eres ya la que vivió aquí y lo que duele, lo que duele de verdad, es que el hotel seguirá siendo el mismo, solo que ya no será tuyo.

enumeras lo que te llevas —o lo que dejas atrás, puede verse de ambas maneras.

Uno siempre deja fragmentos en los lugares que fue feliz, ¿verdad? Alguna huella debe quedar, los sentimientos no pueden solo evaporarse.

De golpe uno se da cuenta de que el verano de la infancia nunca vuelve.

La lluvia me lo recuerda, pero también la ausencia de lluvia. A veces parece que el mundo quiere subrayar nuestras ausencias, ¿no?

En ese momento, aunque sabes que se te termina el tiempo, que no volverás a ver ninguno de estos fenómenos, te sientes afortunada de que, al menos por un año, la vida pueda ser mirar por la ventana y sorprenderte con el mundo.

Reconocer la luz de una habitación, reconocer el paso del tiempo: así sabes que perteneces.

Entiendes que la luz cambia durante el año, que esos efectos dependen de la estación, pero aun así sientes que has perdido algo.