Alicia en el País de las Maravillas & A través del espejo

¡Me imagino que seré castigada ahora ahogándome en mis propias lágrimas!

Deberías tener vergüenza de ti misma! —se reprendió—. ¡Llorando así siendo una chica tan grande

Deberías tener vergüenza de ti misma! —se reprendió—. ¡Llorando así siendo una chica tan grande (podía hablar así con toda certeza)! ¡Te ordeno que pares de llorar inmediatamente!» Sin embargo, continuó llorando, vertiendo litros y litros de lágrimas, hasta que alrededor de ella se formó un inmenso charco

«¡No llores así, nada vas a lograr con eso!

Cuando has dicho algo, ahí queda, y debes aceptar todas las consecuencias.

Cuando yo era una niña de tu edad lo hacía frecuentemente media hora diaria. Muchas veces, antes del desayuno, creía hasta en seis cosas imposibles.

Alicia se quedó callada; jamás en su vida le habían llevado tanto la contraria y sentía que ya estaba perdiendo la paciencia.

¡Qué confusos son todos estos cambios! ¡Jamás estoy segura de lo que seré al siguiente minuto!

—¿Tú quién eres? —dijo.

Este no era precisamente un inicio alentador para una charla. Alicia respondió con mucha cautela:

—Señor, en este momento, yo… yo casi no lo sé… al menos sé quién era yo cuando me desperté esta mañana, pero me da la impresión de que desde entonces he cambiado en varias ocasiones.

Entonces, quién soy? Decidme esto primero, y luego, si me gusta ser esa persona, yo subiré; si no, estaré aquí abajo hasta que me convierta en alguna otra…»