no había cocinado en ningún momento de su vida en común, no le parecía que hacerlo formase parte de su estatus. Era tecnócrata como Paul, inspector de Hacienda como él y, en efecto, parecía impropio de una inspectora de Hacienda andar entre fogones. Su acuerdo sobre la tasación de las plusvalías había sido de inmediato total, y los dos eran tan poco aptos para las sonrisas atrayentes, para hablar con ligereza de diversos temas, en una palabra, para seducir, que probablemente este acuerdo era lo que había permitido que se concretase su idilio, en el curso de aquellas reuniones interminables que organizaba la dirección de la legislación fiscal hasta altas horas, más a menudo en la sala B8