El movimiento de las sombras

A lo largo del continente hay muerte en las calles

no por atropellamientos ni por asaltos.

Son los indigentes

sin nombre

sin mascarillas

sin ilusiones

sin recato

aceptando su suerte.

Deja vida que yo te ame

en este calendario

que es un iceberg negro

emergiendo de la muerte.

A ningún lado vamos que no sea un camino conocido, predecible como la rosa, que siempre huele a entierro.

El silencio se va metiendo en nuestros ojos que, perplejos, no comprenden el movimiento de las sombras en la pared de la existencia.

La pasión caduca como un yogur, y aun así nos intoxicamos deliberadamente con sus delicias

Nos hablan de la esperanza en una vida mejor, pero nunca de cambiarlo

Atiborrar la sapiencia de dulzura, mejorar la perspectiva, eliminar la oscuridad completa en las conciencias, marchitar lo obtuso del descaro. Aminorar el verbo y su inhóspita escritura. Sustraer la obsidiana del encierro.

Pertenecer a un hombre no es un honor ni una bendición ni una suerte ni un propósito. Es una vergüenza, un ultraje, una denigración, un estado por el que nadie quiere pasar. Ni siquiera las matronas que obligan a sus hijas a pertenecer a alguien. Lo hacen para vengarse de su propia esclavitud.

Los domingos son señales en el viento: causas primeras de toda conmoción supina, son un suspirar adverso a la razón, al miedo, a los deseos del aire que no olvida su camino.

Piedras, hace siglos labradas, reposaban bajo hierba al tenor de jóvenes senderos colmados de ixoras cuyas cruces de malta predicen guerras y planetas.