Así pues, cuando va entrando la primavera, en aquellas ramas que se han dejado, sale, como junto a los nudos de los sarmientos, la denominada «yema apical», de la que se muestra la uva naciente. Esta, al crecer con el jugo de la tierra así como con el calor del sol, es, primero, muy amarga de gusto. Después, una vez madura, se endulza y consigue disfrutar de una moderada temperatura gracias al revestimiento de los pámpanos que le permiten defenderse de los ardores del sol. ¿Qué puede ser más gozoso que su fruto y más hermoso que su aspecto? Por cierto que no solo me deleita —como dije antes— su utilidad, sino también su cultura y su propia naturaleza. Así, lo hace el arte de disponer ordenadamente los rodrigones, de fijar las puntas al emparrado, la producción de ligaduras y la misma propagación de las vides, que, aplicada la poda —a la que me referí—, cercena unos sarmientos y conserva otros.