Todo este tiempo ha pasado como un sueño. Se han burlado de mí, diciendo: «Verás cómo todo va ir bien, no te preocupes por eso». Y todo lo que al principio tenía –energía en mis actividades, una vida, unas tareas en la casa–... todo eso ha desaparecido. Podría pasarme el día entero cruzada de brazos, sin decir nada, sumida en amargas reflexiones. Si quisiera trabajar, tampoco podría; para qué iba a ponerme una estúpida cofia que no hace más que apretarme. Tengo muchas ganas de tocar, pero aquí resulta muy incómodo: en el piso de arriba se oye por todas partes y abajo el piano es malo. Hoy iba a quedarse, pero al final se marcha a Nikólskoie10. Tendría que decidirme a salvarle de mi propia persona, pero me faltan las fuerzas