Silena y la caja de secretos

Dale algo –dijo mi abuela– ten –me arrojó un pedazo de hilo dorado que sacó de quién sabe dónde– méteselo rápido.

Dale algo –dijo mi abuela– ten –me arrojó un pedazo de hilo dorado que sacó de quién sabe dónde– méteselo rápido.

La abuela encendió su pipa, le dio varias bocanadas grandes, se me quedó mirando con sus ojos claritos, claritos y me dijo:

—Lo que tú necesitas es una caja.

—¿Una caja, para qué?

—Nadie puede tener un secreto si no tiene una caja para guardarlo.

Por ejemplo:

parque es jardín,

jaula es escuela,

pájaro es amigo,

pelota es mi hermana.

Así que podemos decir:

Iré al parque después de salir de la jaula. Luego jugaré con un pájaro a aventar la pelota toda la tarde

s un muñeco de trapo y también mi mejor amigo. Ya sé que a los nueve años no se pueden tener muñecos ni nada de eso.

Air Mail, o sea, “correo aéreo” en inglés,

a veces, cuando me siento un poco sola y el mundo se hace grande y me acuerdo que mi papá no está, entonces me gusta encerrarme en mi cuarto y hablar con él en nuestro idioma. Pero NO cualquier idioma.

Entonces comprendí que cuando uno dice sus secretos, ellos se van.

No sabía bien a bien qué pensar. Cuando la abrí ya no estaban ni la casita, ni el árbol, ni la pantera, ni la carta.

Cuando llegamos subí corriendo a mi habitación, abracé a Liam Ria y le dije:

—Ha llegado el momento.

Abrí mi caja de secretos. Allí estaba la carta de mi papá, amarrada con el lazo dorado que me había dado mi abuela Victoria.