Un olor a piel familiar. Cabello fino, ondulado sin ton ni son, y ojos entornados por la luz. Mirada perdida. Mirada de alguien que parece haber renunciado a hacer planes, a preocuparse, a pensar. Mirada que a veces me agobia, pero otras veces me entristece. Siento el impulso de preguntarle en qué piensa, pero desisto. Lentamente, vuelve la cabeza hacia mí. Al cruzarse nuestras miradas, sonríe con naturalidad. Sonrío también. Fui yo quien la invitó a acompañarme.