Carl Vogt escribía que los pensamientos guardan la misma relación con el cerebro que la orina con los riñones. De ahí habría que concluir que cualquier hombre que cobre conciencia de su existencia y la aprehenda en pensamientos imprecisos, en realidad solo está haciendo sus necesidades, pero hacia adentro: una actividad a la que no puede oponerse ni siquiera el más severo de los patrones, siempre y cuando esta no lleve demasiado tiempo. En esa época, los liberales alemanes estaban convencidos de que los pensamientos eran libres y nadie podía detenerlos. No, respondían los naturalistas, los pensamientos no son libres y no hay ninguna necesidad de adivinarlos si uno conoce el periódico que los origina hasta que se meten en la cabeza de uno.
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