Desde ese ejercicio es posible considerar otros rasgos y elementos que trascienden las identidades particulares para concentrarse, en cambio, en lo que habría de ser considerado como propio de la identidad humana en general. Nacer, crecer y morir, alegrarse y entristecerse, tener conciencia de lo que ocurre y puede ocurrir, desear vivir bien, compadecerse de quienes lo pasan mal, son elementos distintivos que, en distintos grados, se dan en todo ser humano. Constituyen un conjunto de certezas sobre la condición humana de las que no tiene sentido dudar. De lo que sí dudamos es acerca de la idoneidad de lo que nos produce alegría o tristeza, dudamos de que nuestra conciencia nos dé una versión correcta de las cosas, de que los objetos de nuestros deseos sean los más convenientes incluso para nosotros mismos, dudamos de que los destinatarios de la compasión sean los que realmente la merecen. A medida que las posibilidades de elegir aumentan, crece, en la misma proporción, la posibilidad de dudar.