Las dos eran muy educadas y tímidas, por lo que no se atrevían a confesarle a mi madre que su presencia no sólo las turbaba e indisponía, sino que hasta se avergonzaban un poco de ella, de sus modales bruscos y de su abrigo apolillado y vulgar
Y ése no era el único miedo de las hermanas de mi madre: también temían que, cuando llegara a la ciudad, a mi madre se le metiera entre ceja y ceja ayudarlas con la tienda, premonición que se cumplió tan puntualmente como la primera