En cuanto a las hermanas de leyenda, envueltas en superlativos y ascendidas al plano mítico, también resultaron inaccesibles para mí. Me di cuenta, también, de que tal deificación era peligrosa: era el mismo impulso que había creado a nuestro tirano, convirtiéndolo en un dios. Irónicamente, al transformarlas en un mito, volvíamos a perder a las Mirabal, desechando el desafío de su valor como algo imposible para nosotros, hombres y mujeres comunes y corrientes.