María Lugones

El motivo para historizar la formación del género es que sin esta historia seguimos centrando nuestro análisis en el patriarcado, es decir, en una formación de género binaria, jerárquica y opresiva que se basa en una supremacía masculina, y eso nos deja sin una comprensión nítida de los mecanismos por los cuales la heterosexualidad, el capitalismo y la clasificación racial no pueden ser entendidos por separado. El patriarcado heterosexista ha sido un marco ahistórico de análisis. Comprender la relación entre el nacimiento del sistema de género colonial/moderno y el nacimiento del capitalismo colonial global –con el papel decisivo de la colonialidad del poder para ese sistema de poder global– significa comprender de una nueva manera toda la organización actual de nuestra vida.

Al usar el término colonialidad mi intención es nombrar no solo una clasificación de pueblos en términos de la colonialidad del poder y el género, sino también el proceso de reducción activa de las personas, la deshumanización que los hace aptos para la clasificación, el proceso de subjetivación, el intento de convertir a los colonizados en menos que seres humanos. Esto contrasta fuertemente con el proceso de conversión que constituye la misión de cristianización.

Cuando pienso en mí misma como teórica de la resistencia, no es porque crea que la resistencia es el fin o la meta de la lucha política, sino más bien su comienzo, su posibilidad. Me interesa el resorte relacional subjetivo/intersubjetivo de liberación, como a la vez de adaptación y creativamente oposicional. La resistencia es la tensión entre la subjetivación (la formación/información del sujeto) y la subjetividad activa, ese sentido mínimo de agencia requerido para que la relación oprimir→←resistir sea de tipo activo, sin apelación al máximo sentido de agencia del sujeto moderno.

Se trata de la geopolítica del conocimiento. Se trata de cómo producimos un feminismo que tome los designios globales para la energía racializada de varones y de hembras, y borrando la diferencia colonial, tome esa energía para usarla hacia la destrucción de los mundos de sentidos de nuestras propias posibilidades. Nuestras posibilidades yacen en la comunalidad más bien que en la subordinación; no yacen en la paridad con nuestro superior en la jerarquía que constituye la colonialidad. Esa construcción de lo humano está viciada hasta los tuétanos por su relación íntima con la violencia.

Estoy proponiendo un pensamiento de frontera feminista, donde la liminalidad de la frontera es un terreno, un espacio, una frontera, para usar el término de Gloria Anzaldúa, no solo una fractura sino una repetición infinita de jerarquías dicotómicas entre espectros de lo humano desprovistos de alma.

El concepto de género, a la vez que está profundamente incrustado en la estructura de los Estados, sociedades y economías occidentales, está ausente de la imaginación racista y colonial sobre las personas no-blancas, no-humanas. Como estuve argumentando, acercarse a las sociedades indígenas y afro que están bajo el Estado nación colonial como si tuvieran género es negarlas dos veces. ¿Por qué alguien insistiría en encontrar el género en todos los pueblos de nuestro planeta? ¿Qué sería lo bueno de este concepto, como para que queramos mantenerlo en el centro de nuestra “liberación”?

Mi propósito no es mirar, observar para manipular, reorganizar o teorizar las maneras de ser, las vidas, las relaciones, las metafísicas, las cosmologías de los pueblos de Abya Yala. Es comprender sus vivencias conceptuales y prácticas, y acompañar su lucha por sobrevivir y florecer con un espíritu coalicional.

Necesitamos abandonar el punto de vista de la observadora externa con el fin de aprender de la gente, de llegar a una comprensión que nos haga posible vivir con quienes han pasado por el horror de la deshumanización y sobrevivieron en resistencia. Los movimientos sudamericanos y chiapanecos contemporáneos son testimonios de esa resistencia. La coalición decolonial se apoya en esa posibilidad.