Lourdes Pinel

Mi señora se fue empequeñeciendo, poco a poco ¡cada vez más!, hasta convertirse en un hilo de plata dentro de los ojos del Conde. Cuando aún no había penetrado del todo, parecía una lágrima blanca dentro de una ranura. ¿Cuántas mujeres podrían habitar ese cuerpo?, me pregunté. Y me pareció oír gritos femeninos en las erres de sus ronquidos.

Hui

Al día siguiente volvió la señora de su primera incursión por los sueños del Conde

Ya no nos desvelaba el llanto rabioso de ninguna criatura de madrugada ni se oían pasos de pies pequeños. Tampoco travesuras detrás de las cortinas

Esa fue la última vez que la vimos

y desde entonces papá me acuesta todas las noches y me clava sus dedos como agujas debajo de las sábanas

hasta que de todo ello tan solo quedó un rastro de brasas y ceniza

Rompió con su puño atroz los cristales, cogió un manojo de esos niños ¡que berreaban igual que lechones!, y se los metió en la boca. Una gota de sangre resbaló por su comisura abismal

quién había enfurecido a los gigantes, quién (o quiénes) ¡se habían comido a nuestros hijos!

la Hora de los Picos Deformes.

Fue entonces cuando lo sentí. Cuando sentí esas llamas negras que me quemaban las tripas