Las mujeres en la familia nos envenenamos con los demás. Nos sentamos al lado de los enfermos. Los hombres pueden vivir y enfermarse y morir. Las mujeres estamos a su lado. Parecemos inmortales, pero ellos son nuestro veneno.
La pregunta ya no es si ponerle el mismo nombre a tu hijo o no, si existe o no una maldición, sino más bien, si hay que tener hijos. Porque no tener hijos tal vez anula todas las maldiciones, limpia todo el veneno. Y así llega al fin la paz. El punto final.
No quiero tener hijos porque no quiero perderlos.
No quiero tener hijos porque no quiero continuar con una maldición.
Y la única manera es cortar el río. Volverme estanque. O lluvia. O nada.
Secarme