Óscar Figueroa

un código escrito que rige la transformación reciente de los centros históricos

“El Centro Histórico representará uno de los principales objetivos en la formulación del nuevo orden urbano”

La degradación de la ciudad original y la mayor acumulación de comercios y de actividades diversas ligadas a la expansión demográfica de la ciudad generaron un rechazo creciente a residir en el centro por parte de los estratos sociales dominantes.

La intensificación de la industrialización a partir de los años cuarenta en algunos países fue también la ocasión de querer insertar en la misma ciudad, modelos arquitectónicos nuevos que rompían con los patrones arquitectónicos y urbanísticos del pasado. Torres de oficinas, sedes de bancos nacionales y foráneos, en algunos casos, oficinas de Gobierno ligadas a la expansión de la injerencia del Estado en la economía y la sociedad, todo ello marcó profundamente las ciudades y provocó una diversificación de sus formas y de su estética tradicional. Una ciudad híbrida que evoca aún parcialmente los modelos coloniales pero, al mismo tiempo, alineándose sobre una modernidad anhelada, es el prototipo de ciudad que podrá observarse desde los años treinta del siglo pasado en algunos casos (Buenos Aires, Río de Janeiro o México, esencialmente) aunque el modelo no se generalizará por la diferencia que se estableció entre los países que entraron tempranamente en la modernidad industrial y aquellos que quedaron al margen de ese proceso.

las políticas urbanas en la Ciudad de México, operan en una tensión entre acciones destinadas “…a cerrar el Centro, a excluir de él usos y manifestaciones, (a las cuales)…se yuxtaponen acciones tendientes a abrirlo, a garantizar sus funciones de convivencia y de comunión” (Monnet, 1995, p. 335). En el primer ámbito, obviamente se encuentran las acciones tendientes a expulsar la economía informal del centro, mientras que otras acciones propician el uso del Zócalo como espacio privilegiado de manifestaciones y eventos culturales

La otra dimensión de la centralidad que debemos relevar y revelar, es entonces la cultural. Si bien, cierta forma de cultura ha seguido la expansión suburbana como los cines (y de forma más evidente con la articulación reciente de las salas de multicinemas con los centros comerciales), no cabe duda de que la cultura sigue siendo asunto centralizado: museos, salas de conciertos, lugares de valoración histórica que se visitan, la mayoría se ubican en las áreas centrales de las ciudades, donde además se realizan todavía muchas actividades culturales tradicionales, en particular las religiosas

odemos observar que esta tendencia a la suburbanización está muy lejos de ser superada, salvo cuando el costo del transporte en algunas ciudades está tan elevado que la población de menores ingresos debe reincorporarse a la áreas centrales pero en condiciones de extrema marginación (construyendo casas precarias bajo puentes o durmiendo en la vía pública, por ejemplo). En varios países, como México por ejemplo, la expansión periférica acelerada es un hecho para la gran alegría y las inverosímiles ganancias de la industria de la construcción y particularmente de las inmobiliarias que se benefician además de una fuerte expansión del mercado de viviendas, gracias a políticas crediticias impulsadas por los gobiernos neoliberales y mucho más favorables para los grupos de ingresos medios y bajos. Los conjuntos periféricos de hasta 15 o 30.000 viviendas (una escala evidentemente impensable para ojos europeos y para la mayoría de las ciudades latinoamericanas), particularmente, en el sureste de la Ciudad de México, siguen a la orden del día, en un proceso aparentemente desordenado, pero atrás del cual existen auténticas “reglas del desorden” como lo señalan y comprueban acertadamente Emilio Duhau y Angela Giglia (Duhau y Giglia, 2009).

A esta tendencia a preservar y en ocasiones a recuperar para otros usos los edificios antes abandonados o degradados que dejó como legado la modernidad tradicional, se agrega una tendencia de retorno a los centros desde ciertos imaginarios sociales residenciales

Reducido a un individuo aislado, poco integrado socialmente en su barrio, obligado a perder preciosas horas para desplazarse a sus lugares de trabajo, de formación educativa, de comercio o de ocio, el suburbanita se ha vuelto nostálgico de cierta vida en áreas centrales.

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