Después de la llegada de los humanos, estos se unieron a ese círculo. Quedó claro que, aunque los árboles y las ardillas podían vivir sin los humanos, los humanos no podían vivir sin ellos. Esta verdad ecológica descubre otra raíz etimológica del nombre Anishinaabe, que viene de “aquellos que no pueden existir sin sus parientes”. Los humanos no podían volar, ni hacer la fotosíntesis, ni convertirse en suelo, pero tenían el don de cuidar a los demás y, por eso, aquella fue su responsabilidad. Nanabozho continuó caminando entre ellos, como un protector fiero, un maestro sabio y a veces como un novato torpe aprendiendo a ser un buen familiar.