En realidad todo empezó, todo este terrible asunto, el día en que desapareció el picaporte de mi Tía Rosamud. Era su picaporte particular, un picaporte de latón.
Aquellos colgajos de carne a ambos lados de mi cabeza no descansaban nunca. Esos dos agujeros por donde entraban los sonidos estaban saturados. Escuchaba cosas que no debía. Tardé un tiempo en comprender lo que escuchaba