Con la figura de Cristo sufriente nace el concepto de un Dios dialéctico, que presenta en sí mismo la antinomia y la contradicción, la oposición y el contraste, el disentimiento y el conflicto; de un Dios que es, al mismo tiempo, cruel y misericordioso, tanto con el hombre como consigo mismo; de un Dios que por amor (hacia el hombre) es cruel (principalmente consigo mismo al querer sufrir y al abandonar a su Hijo); de un Dios que por amor está coenvuelto en la muerte y la autodestrucción, según la exquisita y a la vez profunda expresión de Angelo Silesio: «El amor sumerge a Dios en la muerte», Die Liebe reisset Gott in Tod.