Cuando estalla una guerra dentro de la mafia, no pasa un día en que no se encuentre un par de cadáveres. En Argentina se apuñalan sólo por una cosa: por celos. Los hispanos tienen la sangre caliente.
El mundo estaba lleno de mujeres jóvenes y, sin embargo, allí estaba él, camino de encontrarse con una monstruosidad, vieja como Matusalén y encima picada de viruelas como un rayador.
—¡Qué más da! Nació judío, pero su padre lo convirtió al cristianismo. El padre había sido en su día estudiante en un seminario rabínico. Casi todos los estudiantes de aquel seminario se convirtieron. ¿No es gracioso?
Había perdido todo: a Solche, a sus padres, a Tsírele, a sus hermanos menores, la ciudad de Varsovia. Nada le había quedado, salvo esa extraña y singular mujer.
Los escasos dólares, suyos y de Keyle, se agotaron y llegó el día en que no les quedaba nada con lo que poder comprar comida para el desayuno. El hambre no les dejaba dormir. Esa noche Bunem y Keyle no conversaron sobre el amor, sino sobre el suicidio.