Pablo Rodríguez

Zitate

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Los chasquidos arreciaron y aquello se tornó en una aterradora batalla campal. Aullidos, ruidos amenazantes, gritos largos y desesperados se mezclaron al unísono. Yinger supuso que los lobos se habían unido al festín y su cuero cabelludo se estremeció. Lanlan dijo que los chacales y los lobos tal vez luchaban por la presa, pero los primeros eran mayoría y seguramente, como premio por haberlos retado, se comerían a los lobos.
Aquellos insoportables aullidos subieron de volumen hasta que, de pronto, estallaron ahuyentando incluso las estrellas. Los ruidos crecían cual enorme torbellino, silbaban en la arena, la sacudían, la revolvían. De repente, un mordisco sordo sacudió el espacio, le siguió un quejido ronco, estruendos intermitentes venían y se alejaban. Yinger casi podía ver cómo las jaurías de chacales y lobos, enseñando sus colmillos, reían mientras se perseguían.

Para el cuento de Tolomeo

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imero sintió sus latidos y, poco a poco, se percató de infinitos latidos entremezclados: los de Lanlan, los de los camellos y los de los chacales. Los de Lanlan eran como los del palo de lavar a la hora de azotar las prendas sucias; los de los camellos sonaban como piedras rodando por montes escarpados; los de los chacales, producto de incontables colmillos chasqueando a la vez, parecían piedras hirviendo en agua. Poco a poco, el sonido arreció, golpeando cada terminación nerviosa del cuerpo de Yinger. Apretó los dientes y meneó la cabeza, pero los chasquidos seguían allí, firmes, claros, cercanos. “Será que los chacales afilan sus colmillos”, pensó. Lo extraño era que su propio corazón latía cada vez más fuerte, tanto que llegó a temer que su pecho estallaría.

El símil del ruido del corazón

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ida todavía pendía del hilo de una araña
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