Ezequiel Martínez Kolodens

En el trabajo de investigación, tal como lo concibo, a menudo hace falta sentirse tonto, incapaz, incompetente, idiota (retomaré la palabra «idiota» que tiene una gran importancia social). La filosofía, la buena, enseña a ponerse en estado de disponibilidad total, en estado de ignorancia. Esto se expone y se dice muy bien en las disertaciones («sé que no sé»), pero se practica poco. En sociología, esta virtud de ignorancia, de «docta ignorancia», como decía Nicolás de Cusa[2], es especialmente importante para poder interrogar las cosas más banales, como lo haré hoy, por ejemplo, con la noción de derecho (¿qué es el derecho?, ¿qué quiere decir «tener derecho»?) y la noción de nombrar (¿qué quiere decir el «nombramiento»[3] en las frases que leemos día a día y que de‍

Es muy difícil hacer una pregunta sin dar la respuesta, lo que demuestra que la pregunta no fue construida de esta manera, si no, por definición, no se investigaría, o hacerlo sería demasiado agradable).

Por lo tanto, las clasificaciones a las que nos enfrentamos en el mundo social, las cualidades con que el sociólogo se encuentra en estado de bienes constituidos, son denominaciones que producen, en cierto modo, las propiedades de la cosa nombrada y le confieren su estatus.