descubierto que sin una rigurosa atención al lado de Adán II de nuestra naturaleza, es fácil caer en una mediocridad moral autocomplaciente. Te evalúas en una curva de perdón. Cumples tus deseos siempre que se apoderan de ti, y te apruebas mientras, obviamente, no lastimes a nadie. Supones que si quienes te rodean parecen apreciarte, es que eres suficientemente bueno. Durante este proceso te conviertes en alguien menos impresionante de lo que esperabas en un inicio. Se abre entonces una humillante brecha entre tu ser real e ideal. Te das cuenta de que la voz de tu Adán I es fuerte, pero que la de tu Adán II está contenida; que el