Juan Tallón

Cesare sabe que ella sabe que él convive con tempestades atroces que lo devoran en silencio,

El verano se estaba acabando, o ya se había acabado en realidad, porque el verano se acaba siempre de repente, sin que una se dé cuenta. Se es consciente de ello solo cuando ya quedó atrás. El verano no va diciendo adiós, no avisa, digamos, de que llega a su fin y lanza besos con la punta de los dedos mientras el sol pone cara triste.

El verano no va diciendo adiós, no avisa, digamos, de que llega a su fin y lanza besos con la punta de los dedos mientras el sol pone cara triste.

El verano se estaba acabando, o ya se había acabado en realidad, porque el verano se acaba siempre de repente, sin que una se dé cuenta. Se es consciente de ello solo cuando ya quedó atrás. El verano no va diciendo adiós, no avisa, digamos, de que llega a su fin y lanza besos con la punta de los dedos mientras el sol pone cara triste. De pronto, una se dice: «Caray, el otro día se acabó el verano y no lo vi.»

¿De dónde saqué los ánimos? No los saqué porque no los tenía, pero descubrí que también se vive sin ánimos, y que, de todas formas, siempre habrá alguien que tenga menos ánimos que tú. En la vida, una se caía y se levantaba, se caía y se levantaba, como una forma de inercia.

No llevo una vida normal. Tampoco sé si algún día acabaré llevándola. Las cosas normales son lo primero que desaparece en una catástrofe. En su lugar se queda a vivir, como en una invasión, lo desconocido, a lo que por necesidad acabas acercándote.

El horror a perder algo es infinitamente peor que saber que nunca tendrás algo que deseas muchísimo.

Querido Cesare. Me he acostumbrado con tanta naturalidad a que no respondas a mis cartas que creo saber en qué momento tu silencio me está pidiendo que te escriba.

Pero conviene tener cuidado con el silencio: es un vicio. Si por cualquier motivo se acumula demasiado, acaba apoderándose de uno y ya nunca más es posible interrumpirlo.

El silencio tiende a la dureza.