Bruno y correligionarios más tempranos aportaron la energía, la determinación y la violencia que contribuyeron a superar todos los obstáculos del camino hacia el poder. Formaron la columna vertebral del aparato de terror que garantizó la sumisión en el nuevo Tercer Reich y ocuparon su primera línea, combatiendo en la guerra que estalló seis años más tarde, a la que consideraron la gran expresión definitiva de los valores nazis y su proyecto más importante.
Cuanto más se resistía a hablar de todo aquello, tanto más difícil era eliminar nuestra sensación de que era sencillamente imposible haber vivido todos aquellos años y no tener nada que ocultar.
Había sido miembro de las tropas de asalto, camorrista callejero, ideólogo, intelectual de la acción, guerrero biológico, acólito, soldado, soplón, agente de la policía secreta, burócrata, árbitro de la acción social: en suma, un nazi perfecto.
La segunda fue el Weltanschauung nazi, la visión del mundo o cuerpo doctrinal que trascendía la mera dictadura fascista que sentaría los cimientos para crímenes inconcebibles.