A fines de 1890 una noticia recorrió el mundo entero: el sabio alemán Robert Koch acababa de descubrir un remedio capaz de poner fin a la tuberculosis. Médicos y enfermos de todas las latitudes se precipitaron hacia Berlín con la esperanza ciega de ver el milagro, y de conseguir un frasquito de aquel elixir, la linfa de Koch. Los doctores porteños no se quedaron de brazos cruzados. Gracias a cartas de presentación y a cronometradas gestiones diplomáticas, algunos de ellos hicieron el largo viaje y enviaron hacia Buenos Aires unas pocas muestras de la sustancia bienhechora.
Este libro narra los desvelos de estos médicos por plegarse a una pujante globalización de innovaciones científicas. Analiza para ello el entrecruzamiento de varios itinerarios, pues fueron muchos los objetos que se desplazaron en ese entonces: frascos, cables telegráficos, informes oficiales y rumores exagerados. En el mismo momento en que se daba inicio a los ensayos del medicamento en el Hospital de Clínicas, el debate público a propósito de la linfa se vio desplazado por la sospecha escandalosa de que un médico extranjero tenía en su poder una versión falsificada del remedio.
Esa simultaneidad fue un signo locuaz de las promesas y los límites que afectaban a la cultura letrada de esas décadas y sus deseos de modernización. La narración construida aquí va desde el ensueño tecnológico de unos médicos cultos hasta los disfraces ingeniosos de un trotamundos avispado, pues tales figuras develan casi a la perfección los componentes esenciales de la vida cultural de aquellos años.