Aurora Echevarría

el flâneur entiende la ciudad como pocos de sus habitantes, porque él la ha memorizado con los pies.

El flâneur, en sintonía con los acordes que vibran por toda su ciudad, sabe sin saber.

Por supuesto, la razón por la que a la flâneuse se la excluyó de las historias de los paseos urbanos estaba relacionada con las condiciones sociales de la mujer en el siglo XIX, cuando se codificaron nuestras ideas acerca del flâneur. La primera vez que aparece mencionada la palabra flâneur es en 1585, tomada seguramente del sustantivo escandinavo flana, «persona que deambula».

Sugerir que no podría existir una versión femenina del flâneur es reducir las formas en que las mujeres han interactuado con la ciudad al modo masculino de hacerlo.

La popularidad del cine y de otras actividades de ocio a comienzos del siglo XX y la incorporación a gran escala de la mujer al mercado laboral durante la Primera Guerra Mundial confirmaron la presencia de las mujeres en las calles.

Los nombres que da una ciudad a sus lugares de referencia —en particular, a sus calles— reflejan los valores que defiende, y estos cambian con el tiempo. En un esfuerzo por secularizar (y, aparentemente, democratizar) el espacio público, las ciudades de la era moderna rebautizaron las calles que en otro tiempo honraron a santas, damas de la realeza o figuras míticas con los nombres de héroes democráticos y seculares: todos varones, intelectuales, científicos, revolucionarios

Los exploradores urbanos utilizan la dérive para trazar el campo de fuerza emotivo de la ciudad y decidir la forma en que la arquitectura y la topografía se combinan para crear sus «contornos psicogeográficos».21

Lo bonito, incluso lo ideal, sería que no tuviéramos que subdividir por género —paseantes masculinos y femeninos, flâneurs y flâneuses—, pero estos relatos sobre paseos siempre dejan fuera la experiencia de la mujer.27

Y es en el centro de las ciudades donde las mujeres han salido fortalecidas, se han sumergido en su corazón y han caminado por donde se supone que no deben.

Pasear, paradójicamente, hace posible la quietud.